Publicado en Bastión Digital
Pocas veces el Gobierno de Cristina Kirchner dio tantas señales de debilidad al mismo tiempo. Siempre inteligente, cauto y cuidadoso, el kirchnerismo supo demostrar a lo largo de esta década tener un excelente pulso para hacer eso que todos los gobiernos tienen que hacer en algún momento (aunque la oposición y el periodismo se rasguen las vestiduras): elegir oponentes, dar batallas y tejer estrategias para pulverizar al oponente.
Ahora, en cambio, el Gobierno se encuentra en un laberinto cuyas paredes, paradójicamente, fueron construidas por sí mismo. Entre los diagnósticos de finales prematuros que enuncian la oposición y el periodismo –fuertes expresiones de deseo- y la militancia ciega que antepone a la persona por sobre el proyecto político como dogma, hay ciertos grises. Grises que dejan ver una estrategia de gobernabilidad nueva dentro del kirchnerismo, eminentemente perjudicial para sus propios planes de gobernabilidad.
Ausencia y Blitzkrieg
La Presidente se ausentó a partir de diciembre del año pasado. El país atravesaba un conflicto nacional de dimensiones considerables, con los reclamos salariales de las fuerzas de seguridad. Lo curioso fue que la misma Presidente “desmintió” su ausencia una vez retornada a la escena pública, cuando bastaba comparar la cantidad de cadenas nacionales, apariciones en actos y actividad en redes sociales con un posterior silencio de cuaresma (justificado, además, por estudios y chequeos médicos que fueron de público conocimiento).
Hubo dos formas de interpretar esa retirada: quienes son profundamente antikirchneristas se subieron a las especulaciones del tipo “hay algo oculto”, “está enferma”, y el clásico “ya no puede gobernar”. Nuevamente, expresiones de deseo más que hechos de la realidad. Comenzaron a aflorar las fuentes, los trascendidos, los rumores y el nelsoncastrismo ya afilaba sus dientes. Desde la otra vereda, hubo pocos elementos para aportar, más que un reposicionamiento del dogma.
Pero lo que siguió después fue, dentro de la lógica misma del kirchnerismo, aún más sorprendente: una batalla librada contra todos. Una Blitzkrieg: intensidad, rapidez y poder de fuego de amplio espectro. Espectro que tocó a sectores que, seguramente, habría sido mejor dejar tranquilos.
En ella cayeron, en el corto lapso de los dos meses, docentes, consumidores, compradores nimios de dólares, compradores significativos, sindicalistas alineados con Balcarce 50 y empresarios de la televisión. Tinelli. Y Caló.
Así, el período de letargo público presidencial despertó con todo, barriendo con la fina estrategia que el ex presidente Néstor Kirchner siempre supo diagramar: identificar uno por uno a sus enemigos, y destrozarlos en el momento justo. Tejer alianzas, para luego deshacerlas. Si bien Kirchner tuvo batallas ganadas y perdidas, jamás le apuntó a todos al mismo tiempo. El trabajo hecho desde Río Gallegos hasta el sillón de Rivadavia mantuvo una coherencia estratégica. Dar para recibir. Tener favores en el haber, cobrarlos, y pasar a guillotina al oponente. Estrategia que, dentro de los aspectos peronistas del kirchnerismo, parece romper con un principio fundamental de Juan Domingo Perón.
Pero nada de esto se vio en estos pocos meses. La pregunta que se abre es, entonces, ¿cómo interpretar este cambio en el modo de operar en la gobernabilidad de un mismo proyecto político?
Los bises de la Presidente
Si algo supo hacer la Presidente de la Nación a lo largo de sus dos mandatos, esto ha sido construir una poderosa imagen de sí misma. Disidencias o adherencias aparte, su figura como líder, su carisma mediático y su capacidad para articular discursos, hacen de sí misma una figura gigante. Un Soberano potente.
Sin embargo, en sus últimas apariciones públicas, Cristina ha adoptado una modalidad diferente, levemente distinta de su proceder habitual, digna de una estrella de rock o una figura mediática: luego de hablarle al pueblo a través de la cadena nacional, se pasea por los pasillos de la Casa Rosada para hablarle micrófono en mano a la juventud que sigue sus pasos.
Metáfora de los tiempos que vive el kirchnerismo: allí donde la autoridad empieza a tambalear, hay que reafirmarla. El auctoritas, non veritas facit legem kirchnerista — “La autoridad, no la verdad, hace la ley”, sentencia central del capítulo 26 del Leviatán de Thomas Hobbes — se refuerza frente al público siempre fiel y dogmático que, lejos de ver a las críticas como núcleo de transformación positiva hacia el interior del movimiento político, cierra filas y abraza al modelo.
El cambio de estrategia, entonces, introduce el Blitzkrieg, pero cierra el juego con la reafirmación de la identidad kirchnerista. Recordar quiénes son los oponentes, cómo era el modelo antes de la devaluación y, sobre todo, recibir el “aguante” de un público con el sí fácil para el aplauso. Mucho más que una metáfora. Esos bises son, como en el rock, la reafirmación del lazo entre el público y su representante.
Al kirchnerismo le quedan los bises: acto que reafirma la identidad del kirchnerismo ante un público que lo resignifica.
El leviatán en su laberinto
Difícil es saber a través de qué lente la Presidente lea la realidad, aunque absolutamente irrelevante: los medios masivos se esfuerzan en argumentaciones cercanas al psicologismo que poco tienen para aportarle al campo político. Lo importante es, aquí, ver de qué modo el Gobierno está intentando mantener su poder, resguardar a las instituciones de los poderes fácticos y conservar la gobernabilidad. De qué modo, dicho de otra manera, conservará la armonía social.
Quizás sea el momento en el que el kirchnerismo se está replanteando a sí mismo sus principios. Su gobernabilidad puede haber agotado los recursos disponibles para mantener la superestructura funcionando. Pero lo cierto es que el kirchnerismo, tal y como lo conocíamos, muestra signos de descomposición.
Si al kirchnerismo le resulta incómodo este diagnóstico, debería no abrazarlo pero al menos considerarlo. Porque esta desintegración hace tambalear a la mismísima identidad kirchnerista (y, sobre todo, al ideario justicialista de Perón) a saber, la autoproclamada lucha por la igualación de los sectores más postergados. Desde la reciente devaluación en adelante, la estrategia del Gobierno no tiene coherencia y presenta agujeros por todos lados: durante la última campaña, una de las banderas del kirchnerismo fue “Massa quiere devaluar”, junto a la consecuente explicación de lo que la medida acarrearía: la transferencia del ingreso de los sectores más bajos al capital. Pero quien terminó devaluando fue el propio Gobierno.
A su favor, este movimiento político tiene una alta capacidad de regeneración (el duro post 2008 es un claro ejemplo de esto), y no sería de extrañar que salga de esta crisis interna recuperado y mejor posicionado.
Pero el cristal, ese conjunto de elementos perfectamente ordenados que regían el modus operandi kirchnerista, es otro: el viejo ya está fracturado. Y como todo cristal, su geometría ya tiene predeterminado el modo en el que estallará en mil pedazos: sindicatos, docentes, profesionales de la salud y sectores fuertemente postergados buscarán respuestas en las premisas fundamentales del modelo político kirchnerista. En el mejor de los escenarios, el cambio de lente puede darse bajo la forma de la mutación y no de la fractura.
Quizás el propio Estado, más allá del Gobierno, tenga el andamio para sostener esta nueva estrategia. Estrategia que ni el propio kirchnerismo parece entender del todo bien, pero que tal vez el Leviatán sepa ordenar.
Artículo original, en Bastión Digital