Ummagumma, ese rastro de Pink Floyd que permite visitar el ecosistema Gilmour-Wright por un rato

I. And I’ve got a strong urge to fly

Ummagumma cae en una categoría siempre difícil de pensar: la de las bandas tributo. ¿Sonar como sonaba Pink Floyd, objetivo trunco desde el vamos? ¿Interpretarlos, bajo el riesgo que siempre conlleva interpretar? ¿Un mix de ambos? ¿Entretener a un público nostálgico de algo que no volverá, o hacerlo por diversión propia? ¿O será que las cosas funcionan cuando suceden ambas?

Tributar a Pink Floyd no es fácil. Tributar, en rigor, es difícil. Pero Ummagumma hace algo interesante. Llega al núcleo floydian de hacer sentir que cada nota es parte de un conjunto que es más que la suma de las partes.

En particular, si de la banda londinense se trata es tener un doble de Waters. Esa voz carrasposa, grave, que habla -y denuncia- más de lo que canta. Y es tener un doble de voz de Gilmour, que acaricia con un paño de seda cada nota que sale de su voz. Y un stunt de Richard Wright para esos colchones siderales de sintetizadores.

Federico Cassola (Ummagumma)

En realidad es tener dobles en todos los puestos, y tener uno de altísimo riesgo: el que se anime a estirar más trastes que lo normal para conseguir el sonido de la guitarra de Pink Floyd.

Todo eso es difícil de conseguir, pero con trabajo, técnica y azar -el tono en la voz se puede emular, pero hay algo del orden cosmológico que se cuela en una voz similar a otra- se puede. La clave de Ummagumma, y la principal razón para sentarse a escucharlos, pasa por otro lado.

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Weimar, o la crisis de los estados modernos

Abstract:

El presente ensayo trabaja un contrapunto entre la filosofía política de Thomas Hobbes y su clásico Leviatán como paradigma de lo que se entiende por Estado, y por el otro a un autor que estuvo inmerso en la República de Weimar: Carl Schmitt. Nuestro argumento intentará demostrar por qué, desde la perspectiva del jurista alemán, es tremendamente difícil pensar al período de Weimar como un “Estado”. Esto, en rigor, es síntoma del cambio de paradigma entre la estatalidad moderna y la estatalidad contemporánea a partir del advenimiento de la sociedad de masas.

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Revolución en Francia, reforma en Gran Bretaña: síntesis de las posturas parlamentarias a través del pensamiento antagónico de Hobbes y Locke

Abstract:

El presente trabajo pretende analizar hasta qué punto es posible sostener que las argumentaciones críticas acerca de la Revolución Francesa planteadas por Edmund Burke se acercan a una inflexión hobbesiana, mientras que aquellas favorables a dicho acontecimiento expuestas por Thomas Paine y otros panfletistas radicales reflejan más bien resonancias lockeanas.
Es a partir de una breve exploración historiográfica en primer lugar, y filosófica en segundo, que nos proponemos analizar los tiempos de la Inglaterra sacada de quicio por la revolución francesa. Defensores de la monarquía por un lado, intérpretes de las libertades individuales por otro: ¿qué moldes teóricos pueden explicar las discusiones parlamentarias de la Inglaterra del XVIII, y por qué los marcos conceptuales de Hobbes y Locke sirven para explicar las distintas posturas en el parlamento? ¿Por qué podemos sostener que sus modelos, lejos de ser congruentes, son más bien antagónicos? Más aún, ¿qué aportan ambos autores a la discusión, y por qué sus sistemas filosóficos son herramientas adecuadas para trabajar, entender y zanjar dichas diferencias?

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La insoportable liviandad de los conceptos

Padre. Madre. Familia. Género. Da todo lo mismo, cuando se trata de hablar en radio mainstream. Total, el que está del otro lado, abrazará el sentido común, hijo (¿o padre?) aristotélico por excelencia.

Sin muchas vueltas, las palabras de Jorge Lanta despertaron un gran revuelo en torno a la problemática del así llamado «género». «Sos un trava con documento de mina, no sos una mina. Yo igual te voy a dar laburo, no te voy a discriminar, está todo bien. Pero en cuanto a Flor de la V, que le dan el documento y dice ‘soy madre’… Disculpame, no sos madre, sos padre».

Más allá de toda la discusión en torno al género, para Jorge Lanata, si tenés un órgano reproductor masculino y lo usaste en tiempo y forma, sos «padre». Con el mismo concepto, para una mujer, albergar a un bebé 9 meses en su vientre y luego parirlo, la hará «madre».

Es decir, el lugar de madre o padre pasa, según Jorge, por la genitalidad. La genitalidad hace a la función de ser madre o padre.

Lanata te resuelve todo de un plumazo, simple, conciso y sin vueltas. Con una economía conceptual envidiable.

Quizás ya nos sacamos el siglo XX de encima, desde Levi Strauss hasta Lacan.

Avisen si es así, o si se trata de otra de las locuras del Rey Jorge.

Los pronunciamientos mexicanos del siglo XIX: con la mirada en el cielo de John Locke

Abstract:

Dentro de la filosofía política, el contractualismo de John Locke ha tenido un lugar fundamental para la tradición del pensamiento liberal occidental. El Ensayo sobre el gobierno civil parte a la tradición moderna en dos, dejando al quizás más célebre Thomas Hobbes en una vereda, y al pensador de la Revolución Gloriosa en la contraria. De un lado, la reivindicación de la soberanía absoluta por sobre los derechos individuales; del otro, una predominancia de los derechos individuales de la sociedad civil por sobre la estatalidad. Ahora bien, ¿por qué es tan importante el paradigma lockeano no sólo para la historia del pensamiento desde el siglo XVII en adelante, sino también para comprender una de las principales líneas sobre las cuales se fundamentaron las independencias hispanoamericanas? ¿Qué aportes brinda el pensamiento inglés a la tradición liberal que tuvo fuertes influencias sobre los turbulentos aconteceres latinoamericanos?

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El cristal de Cristina

Publicado en Bastión Digital

Pocas veces el Gobierno de Cristina Kirchner dio tantas señales de debilidad al mismo tiempo. Siempre inteligente, cauto y cuidadoso, el kirchnerismo supo demostrar a lo largo de esta década tener un excelente pulso para hacer eso que todos los gobiernos tienen que hacer en algún momento (aunque la oposición y el periodismo se rasguen las vestiduras): elegir oponentes, dar batallas y tejer estrategias para pulverizar al oponente.

Ahora, en cambio, el Gobierno se encuentra en un laberinto cuyas paredes, paradójicamente, fueron construidas por sí mismo. Entre los diagnósticos de finales prematuros que enuncian la oposición y el periodismo –fuertes expresiones de deseo- y la militancia ciega que antepone a la persona por sobre el proyecto político como dogma, hay ciertos grises. Grises que dejan ver una estrategia de gobernabilidad nueva dentro del kirchnerismo, eminentemente perjudicial para sus propios planes de gobernabilidad.

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Mitologías: La JP se formó desde abajo, La Cámpora desde arriba

Publicado en Bastión Digital

Cada vez que se pretende definir al peronismo, empiezan a gotear tramas interpretativas que quedan por fuera, escapan y se diseminan en sentidos que, aunque contradictorios, dan cuenta de (quizás) lo único que pueda decirse de modo unánime de este fenómeno sociopolítico: que es una identidad política crucial en la Argentina contemporánea. Tal vez esta obviedad sea el único punto de acuerdo de los distintos actores sociales que piensan al movimiento fundado por Perón, y que ha sido interpretado una y otra vez por las décadas que van desde 1940 hasta la actualidad.

Dentro de las aristas del peronismo hay una que tiene una particular importancia histórica: la del rol de la juventud dentro del movimiento peronista. Cristalizado por la Juventud Peronista en sus inicios y traducido en la actualidad en las “juventudes kirchneristas” con epicentro institucional en La Cámpora, este fenómeno ha sido reducido por los medios de comunicación a un pivote que funciona o bien como un encomio desmesurado, o bien como crítica dilapidante.

De allí que esta agrupación política haya estado, en gran medida, sobredimensionada por una oposición que encontró en ella un frontón discursivo, fundado en lo más básico del clientelismo burocrático. Y también, elogiada por el discutible presupuesto de que la juventud, por el mero hecho de ser juventud, eleve su status virtuoso a niveles inusitados.

Ahora bien: si repasamos los orígenes de la Juventud Peronista y establecemos un paralelo histórico con La Cámpora, sale a la luz una serie de diferencias que, lejos de inflar el indignómetro fundamentado en el oportunismo mediático, permite comprender históricamente por qué una y otra juventud portan una diferencia radical: una viene “de abajo”, la otra, “de arriba”. Como hipótesis de trabajo, hay allí un terreno fértil para pensar cómo, más allá de la existencia efectiva de una “juventud”, esta ha sido resignificada mitológicamente por las distintas coagulaciones históricas del peronismo.

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Legislativas 2013: entre las “horas finales”, el quórum propio y 2015

Tras las elecciones que terminaron de consagrar a Sergio Massa como el principal exponente del antikirchnerismo, tres puntos sobresalen a la hora de analizar estas elecciones de medio término que, ajustes post-PASO mediante, marcan algunos grises entre los dos extremos marcados por el oficialismo y la oposición. Entre decir que “el Frente para la Victoria es la mayor fuerza del país” y que “el kirchnerismo se está terminando” hay unos centímetros de diferencia. Estas propuestas fueron el hilo conductor de las interpretaciones que, tirando para un lado o para el otro, los medios de comunicación le aplicaron a los datos del escrutinio, a pesar de que, creemos, es en aquellos centímetros donde se juega lo más interesante.

1. Los números, las PASO y la distancia con 2009

En 2009, cuando Francisco De Narváez derrotó a Néstor Kirchner en aquellas legislativas, el ex presidente había sacado un 31.9 por ciento. Ahora, Martín Insaurralde, un ignoto intendente del conurbano, se quedó con un 32.18 por ciento. Si bien las PASO habían anticipado esta tendencia, los datos que resaltan aquí son dos: por un lado, el triunfo de Massa se debe a que ganó en donde hay que ganar, la Provincia de Buenos Aires. Ahí sí hay algo del orden de lo “aplastante”. Pero por el otro, la relatividad de tal triunfo si se mira el tablero desde más arriba.

Por eso la pregunta que el Frente para la Victoria debe hacerse es si realmente hizo una mala elección. Hace poco, Horacio Verbitsky decía que en las PASO, el oficialismo había hecho una buena elección, pero no se había dado cuenta. ¿Por qué? Martín Insaurralde es un candidato de segunda línea dentro del kirchnerismo, un intento cristinista por darle una lavada de cara a su partido con una figura joven, con una historia épica y sin casos de corrupción conocidos. Entonces, el dato a tener en cuenta es este: un candidato ignoto sacó más votos que Néstor Kirchner, el mismísimo fundador del llamado kirchnerismo.

Ahora bien, los medios oficialistas tironeaban para el lado de que el kirchnerismo sigue siendo la “primera fuerza nacional”. Pero lo que no decían es que poco importa ese dato en una legislativa si se pierde en la Provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y demás distritos clave. Los medios opositores, por el contrario, resaltaban excluyentemente los resultados de la Provincia, sin mencionar cómo quedaba configurado el nuevo congreso y omitiendo un dato clave: el kirchnerismo sigue teniendo quórum propio en ambas cámaras. Ajustado, pero quórum al fin.

2. El “nuevo” Congreso

En Diputados (cámara que renovaba bancas en todo el país), el kirchnerismo consiguió 131 escaños. La línea de corte del quórum se encuentra en 129, por lo que tiene dos legisladores por encima de ella. En el Senado, tras la elección, perdió al único representante por la Ciudad de Buenos Aires (cedido a Pino Solanas), pero quedó con 40 legisladores que conforman un bloque de kirchneristas más aliados.

¿Cómo es, entonces, que aún perdiendo el kirchnerismo consigue mantener el control en ambas cámaras? La clave está en que la elección que “defendía” el oficialismo en estos comicios era la de 2009. En tanto esa fue una elección con resultados adversos en aquel año para las bancadas K, no era demasiado lo que ponía en juego ahora en 2013. Distinto será en 2015, donde el 54 por ciento que la Presidenta consiguió sí arrastró a una cantidad de legisladores mayor, y se verán en tela de juicio aquellas bancas secundadas por Aníbal Fernández en el Senado y Julián Domínguez en la cámara baja.

La pregunta es: ¿qué importa más, entonces? ¿Haber perdido la elección en el campo de la madre de todas las batallas, la complicada Provincia de Buenos Aires, o mantener el quórum propio en ambas cámaras? Si de gobernabilidad se trata, quizás esto segundo sea más relevante. Si pronosticar las horas finales del kirchnerismo es, en cambio, lo que se quiere hacer, seguramente lo primero sea más importante. Cada facción llevó, ayer, agua para su molino.

3. Dos mil quince

Las elecciones de medio término son vistas por la mayoría de los políticos de gran exposición como un trampolín a las presidenciales. En este marco, Mauricio Macri lanzó su candidatura, Massa prefirió ser más cauto, y algunos gobernadores  tiraron algunas señales.

El desafío del jefe de Gobierno porteño será, sin dudas, conformar un armado que exceda el discurso que sienta bien en terrenos capitalinos, pero no tiene cabida a nivel nacional. Difícil parece ser que su primo tenga aparato para armar que exceda la zona norte del conurbano. Y más difícil parece ser pensar en un acuerdo con Massa, porque lo (por ahora) inimaginable sería que uno de los dos no quisiera ser la cara visible.

Por el lado del kirchnerismo, mucho se habló de una modificación de la constitución nacional para permitir un tercer mandato. Pero esto fue más una expresión de deseo de algún dirigente trasnochado y con la lengua suelta (dirigent“a”, para ser más justos y precisos) que desde el funcionariado de primera línea nunca se llegó a mencionar. Las aspiraciones a una re-re fueron, más que nada una atribución que cierto sector de la oposición le asignó al kirchnerismo que, lento y perezoso, nunca se encargó de desmentir en primera persona (y le jugó muy en contra).

Enterrado este sueño, los nombres que suenan son poco conocidos para la sociedad en general, pero firmes caudillos para la interna peronista. Cierto es que el kirchnerismo se ha quedado sin nombres: Capitanich en Chaco. Urribarri en Entre Ríos (quien cuenta con el apoyo de Zanini, pero sólo lo conoce el 7% de la población). Urtubey en Salta: con apenas 44 años, suena fuerte y todavía puede ir por otro mandato en su provincia, también es muy poco conocido. No menos cierto es que en dos años un candidato se construye. Pero para eso tendrá el kirchnerismo que trabajar, y mucho (y no hacer la plancha como hizo desde 2011 par acá, dejándole el terreno a su ex jefe de Gabinete e intendente de Tigre que supo capitalizar ese margen).

Y Scioli. Fue, es y será una gran incógnita. ¿A favor? Siempre cae bien parado. Demostró que puede gobernar sin caja. Que puede hablar sin decir absolutamente nada.

Y en contra, no cuenta con el apoyo del núcleo duro del kirchnerismo, que lo resiste, lo mira con recelo y con la paciencia agotada.

 

El malestar del periodismo

Cuando la ropa que usa un mandatario copa medios gráficos, audiovisuales y cibernéticos, y todo eso se etiqueta bajo la categoría de “política” o “el país” algo anda mal. Muy mal. La amplia cobertura mediática de las calzas que usó la Presidenta en un acto en Ezeiza da cuenta de un fenómeno que diagnosticó Juan José Sebreli el año pasado, con el título de un libro eminentemente freudiano: “El malestar de la política”. La radiografía, llamada a mostrar el nervio de la dirigencia contemporánea, puede calcarse para el periodismo, constituyendo, así, un “malestar del periodismo”.

Como todo diagnóstico, dicha afección se hace visible a través de síntomas. Síntomas de los cuales el episodio citado conforma sólo su máxima cristalización. No hace falta llegar a las calzas para divisar esta cuestión, aunque ello constituya el paradigma de lo que estamos tratando de explicitar.

Las secciones de política de los medios, en la actualidad, se mueven en un declaracionismo preocupante, un juego de trascendidos, un uso más que imprudente del off the record, y un conjunto de excepciones que se transforman en regla sin ningún tipo de pudor. Las columnas radiales se mueven en torno a qué dijo A, qué respondió B y qué interpretó C. Los semanarios de noticias parecen haber abandonado las investigaciones, para cruzar acusaciones cuasi infantiles de un grupo económico a otro.

Ahora bien, el problema no es el juego dialéctico (propio del ejercicio político deudor de la retórica grecorromana) que allí se fomenta, sino el modo en el que se enfatizan y se subrayan estas discusiones. Que un senador le dijo “atorrante” a un empresario opositor, que una diputada fue escotada a asumir su banca, que un ministro está en primera fila y con bonete, que un Presidente se aloje en una habitación ostentosa en una gira mundial…

¿Es todo eso lo que realmente constituye una sección de “política”? ¿O la política pasa por dar cuenta que el director de una empresa estatal no pueda explicar por qué no presenta balances (por poner solo un ejemplo?) ¿No son esas las cuestiones que hacen a la política económica y a la columna vertebral de un país?

Todo indicaría que no. Estamos ante el Zeitgeist del detalle (y de títulos con interjecciones revolucionarias)

Si a todo esto le sumamos que a los periodistas les encanta hablar sobre si un intendente del conurbano “juega o no juega”, y más aún, se regodean en deslizar que cuentan con información que otros no (cuando el único mérito que aquello tiene es tener un contacto –en el más inocente de los casos-), el diagnóstico parece ser bastante más preocupante que un “malestar” (con algunas excepciones: hay trabajos periodísticos actuales que intentan escapar a esta lógica del detalle).

Como sea, este fenómeno parece responder a un clima de época periodístico en el cual el “detalle”, como decíamos, es más importante que el fondo de la cuestión. Esta concepción no constituye sino los efectos de una cobertura mediática que se dedica a la “política” de un modo bastante particular. Un modo que reproduce la (ya burda) sociedad del espectáculo que conformamos día a día. Con los medios que consumimos, fomentamos y, de cierto lado del mostrador, construimos (mea culpa, nobleza obliga).

Se hace necesario, a esta altura de la argumentación, tener en cuenta la otra cara de este diagnóstico: quizás sea la actividad política misma, la casta dirigencial, la que esté estimulando este tipo de construcciones sociopolíticas (tesis, a grandes rasgos, de Sebreli en su libro). Quizás desde arriba no haya una forma de construir que estimule a que el periodismo se mueva en torno a discusiones más maduras, aunque resulte difícil creer que los medios de comunicación se interesaran en otro tipo de mercancías.

Y es aquí donde podemos pensar que esta concepción que utiliza Sebreli de “El malestar de la política” (deudora sin dudas de Habermas y su “Transformación estructural de la esfera pública”) es una herramienta que tiene un valor muy grande para pensar esta afección social, sin importar para qué ni para quién sea la publicación citada (siendo conscientes, sobre todo, “contra” quién escribe Sebreli, -el kirchnerismo, en particular, y los movimientos populistas, en general-).

Este malestar expresa, como se puede inferir de la lectura de Sebreli, el nivel de inmadurez que la dirigencia política argentina manifiesta (tesis plausible de ser discutida, que no estamos tratando en profundidad aquí –y que su mención no implica inmediata adhesión, sino el disparador de una herramienta analítica-).

Quizás el periodismo argentino debería empezar a entender que cuando le demanda a la dirigencia política un grado más elevado de madurez, antes tenga que mirar para adentro y ver qué tipo de noticias está estimulando en sus redacciones, estudios radiales y televisivos.

Mientras el Zeitgeist del detalle prevalezca, las calzas seguirán siendo cuestión de Estado. En cuyo caso, deberíamos dejar de llamar a esas secciones de las primeras páginas de los diarios «política».

Porque todo eso no es la política.

 

El kirchnerismo también es moral

Hace una semana, Sofía Mercader (FFyL-UBA) publicó un interesante artículo intitulado «Cultura popular y elitismo en tiempos kirchneristas» en el sitio Bastión Digital. La nota deja una serie de conceptos interesantes, y maneja un argumento que, quizás, por el exceso del consumo lanático-carriótico al que (queriendo o no) nos sometemos, no parece tenerse tanto en cuenta en la esfera pública mediática: el kirchnerismo también es moral. No exclusivamente, pero lo es.

No es objeto de este post discutir cuáles son las implicancias de confundir a la política con la moral (este ejemplo de Bruno Bimbi «bastaría» para una pequeña aproximación a este problema). Sí lo es marcar ciertos contrapuntos que surgieron a partir de un intercambio con Sofía, cuyo artículo me parece más que relevante para entender por qué el kirchnerismo se sirve de un discurso moralizante que pregna política, cultura y  economía, constituyendo dos caras de una misma moneda moral.

Civilización, barbarie

El primer punto que señala es nodal para entender que la política argentina (nunca fuera de la lógica occidental) se forja dentro de un molde maniqueo. El binomio «civilización-barbarie» ha regido las disputas culturales desde que el diagnóstico sarmientino partió a la historia argentina en dos.

Es cierto que su semántica reconfigura las disputas actuales que circulan en la esfera pública, bajo otros ropajes. La barbarie que Sarmiento veía en su principal contrincante político, Juan Manuel de Rosas, abraza perfectamente el modelo de lo nacional en contra de lo extranjerizante.  El problema del artículo es que pega muy de cerca a la barbarie a «lo popular», y me atrevería a discutir esa tesis que, quizás inintencionalmente, a la autora se le pueda haber escapado. De lo que no hay dudas es de que, en última instancia, entre Sarmiento y Rosas, el Gobierno opta por el ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Habría que separar esto de la barbarie, ya que el mismo Sarmiento veía en Rosas una capacidad sintética de la barbarie diseminada por todo el Virreinato del Río de la Plata.

Pueblo

La polisemia del concepto también tiene una tradición en el pensamiento argentino (bastaría pensar en «Las multitudes argentinas» de Ramos Mejía), que carga con una complejidad semántica densa por donde se la mire.

Pero yendo al artículo, no parece ser relevante, a la hora de pensar en «lo popular», si quien gobierna proviene de ese campo o no, a la hora de pensar en medidas populares de gobernabilidad. Sabido es que casi todos llegaron con los bolsillos llenos al sillón de Rivadavia, quizás por aquel viejo axioma que sostiene que para estar en política hay que tener dinero. Sí importaría, si nos vamos a poner el traje de la moral que tan bien encaja en el sintagma «nacional y popular», que las medidas que se tomen respondan a intereses populares, en detrimento de las ambiciones elitistas.

Clases medias

La clave de todo el artículo está acá: «El kirchnerismo es la clase media que adopta la simbología de lo popular, o más bien, adopta cierta moral de lo popular. Para la clase media kirchnerista lo popular está bien, se trata de una cuestión ideológica, pero también moral».

Es, sin dudas, la razón por la cual el kirchnerismo pega tanto como discurso en la clase media. Por adhesión o rechazo, lo hace: interpela.

El kirchnerismo maneja bastante bien la base de la teoría de conjuntos: hay un conjunto A, ecarnado por el Gobierno, que defiende los intereses populares y eso, per se, es «bueno». Y ya sabemos quiénes son los malos.

La particularidad que agregaría es que tales conjuntos no están del todo diferenciados. Y un ejemplo aclara esto: a la hora de declarar por algún caso de corrupción, Aníbal Fernández no duda en decir que confía en que la Justicia resolverá acabadamente tales planteos (en cuyo caso, ella estaría en el conjunto A). Pero si de reformas judiciales se trata, ya no podemos hablar de «Justicia»: tenemos una corporación que encubre los oscuros intereses de los poderosos, y que ha de ser democratizada, porque así como está es «mala», y tiene que ser popular, y por lo tanto «buena».

Década

Aquí es donde más nos permitiremos disentir: la simbología de Cristina Kirchner, atravesada por sus vestimentas, marcas y zapatos caros, no constituyen el centro de la cuestión. Sí, es cierto, un primer mandatario usa primeras marcas pero, ¿qué esperaban?

Si de expresar los aspectos antipopulares que este Gobierno, digamos que «muy a su pesar», presenta, el foco debe estar puesto en otro lugar. Los sucesivos ataques a los Qom, las desapariciones como la de Luciano Arruga, la ley antiterrorista, el Proyecto X de Nilda Garré, las limitaciones a las cautelares (recurso que proteje al más débil) de la frustrada reforma judicial… son sólo alguno de los casos.

Ese es el cogollo de la cuestión. El resto (carteras, zapatos y sombreros), son hojas y tallos. 

Conclusión

Insisto en que el logro de Sofía pasa por ver el núcleo de la cuestión: a la clase media el krichnerismo le sienta bien. A los adherentes, porque encuentran una tranquilidad. La de defender lo popular, sin que haga falta entender del todo bien qué significantes se engloban bajo este término. Simplemente, lo popular es lo que está bien.

Y a los anti kirchneristas de la clase media, porque tienen con qué indignarse.

En ambos casos, está presente la moral.

Podemos interpretar que lejos está todo esto de querer decir que kirchnerismo y lanatismo son lo mismo. Hay diferencias en sus manifestaciones político-culturales. Pero en cuanto al uso político de la moral, parecen ser, más bien, no tan distintos.

Decía Nietzsche: «¿Se alza propiamente aquí un ideal, o se lo abate?», se me preguntará acaso… Pero ¿os habéis preguntado alguna vez suficientemente cuán caro se ha hecho pagar en la tierra el establecimiento de todo ideal? ¿Cuánta realidad tuvo que ser siempre calumniada e incomprendida para ello, cuánta mentira tuvo que ser santificada, cuánta conciencia conturbada, cuánto ‘dios’ tuvo que ser sacrificado cada vez? Para poder levantar un santuario hay que derruir un santuario: ésta es la ley» (Genealogía de la Moral, Tratado Segundo, apartado 24)

Eso. Santuarios.

No se trata de cambiarle el collar al perro. La lógica binaria sólo reproduce un lugarcomunismo que se torna insoportable, y al que invita a destrabar, aparentemente, la conclusión del artículo citado.

¿Se podrán derrumbar esos santuarios?