Mitologías: La JP se formó desde abajo, La Cámpora desde arriba

Publicado en Bastión Digital

Cada vez que se pretende definir al peronismo, empiezan a gotear tramas interpretativas que quedan por fuera, escapan y se diseminan en sentidos que, aunque contradictorios, dan cuenta de (quizás) lo único que pueda decirse de modo unánime de este fenómeno sociopolítico: que es una identidad política crucial en la Argentina contemporánea. Tal vez esta obviedad sea el único punto de acuerdo de los distintos actores sociales que piensan al movimiento fundado por Perón, y que ha sido interpretado una y otra vez por las décadas que van desde 1940 hasta la actualidad.

Dentro de las aristas del peronismo hay una que tiene una particular importancia histórica: la del rol de la juventud dentro del movimiento peronista. Cristalizado por la Juventud Peronista en sus inicios y traducido en la actualidad en las “juventudes kirchneristas” con epicentro institucional en La Cámpora, este fenómeno ha sido reducido por los medios de comunicación a un pivote que funciona o bien como un encomio desmesurado, o bien como crítica dilapidante.

De allí que esta agrupación política haya estado, en gran medida, sobredimensionada por una oposición que encontró en ella un frontón discursivo, fundado en lo más básico del clientelismo burocrático. Y también, elogiada por el discutible presupuesto de que la juventud, por el mero hecho de ser juventud, eleve su status virtuoso a niveles inusitados.

Ahora bien: si repasamos los orígenes de la Juventud Peronista y establecemos un paralelo histórico con La Cámpora, sale a la luz una serie de diferencias que, lejos de inflar el indignómetro fundamentado en el oportunismo mediático, permite comprender históricamente por qué una y otra juventud portan una diferencia radical: una viene “de abajo”, la otra, “de arriba”. Como hipótesis de trabajo, hay allí un terreno fértil para pensar cómo, más allá de la existencia efectiva de una “juventud”, esta ha sido resignificada mitológicamente por las distintas coagulaciones históricas del peronismo.

Es la gloriosa JP: ¿cuál?

Lo primero que habría que resaltar es que la Juventud Peronista no fue un colectivo homogéneo, sino fracturado, tanto cronológica como conceptualmente. El vínculo entre el exilio de Perón y las multitudes juveniles aclamando su regreso conforman la regla mnemotécnica entre lo ocurrido y la memoria histórica de los argentinos.

Y el mito fundante, hay que decirlo, sustenta esta posición: a partir del ’55, una camada de jóvenes reclamaba con tanta vehemencia a su líder, que hasta llegó a conformar una “cuarta rama” del peronismo tomando las armas en su nombre (rama con una reconocida importancia, señalada por John William Cooke). Su condensación conceptual, a través de la agrupación armada Montoneros, activó el dispositivo revolucionario dentro del movimiento peronista. Este se ponía en funcionamiento hasta el problemático 1 de mayo de 1974.

Lo curioso es que la JP se conformó antes de lo que la memoria colectiva suele recordar. Como explica Omar Acha en “Los muchachos peronistas”[1], ya desde 1946, había agrupamientos que se denominaban a sí mismos “Juventud Peronista”, que tenían parte de sus raíces en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y las universidades, pero que poco a poco comenzaron a excederlos.

La “segunda” JP puede ser ubicada en el marco de la llamada “Resistencia Peronista”, entre el ’55 y el ’60, donde la proscripción del peronismo comenzó a aglutinar a juventudes que ya desbordaban los orígenes estudiantiles.

La “tercera”, va desde la década del ’60 hasta 1974: desde la homogeneización que Montoneros produjo al interior de estas juventudes, hasta el fulminante discurso que el General pronunció en los albores de la dictadura militar comandada por las Fuerzas Armadas en 1976.

Entre otras consecuencias al interior del peronismo, la dictadura militar significó el final de la Juventud Peronista, que, alfonsinismo y menemismo mediante, no tuvo un claro resurgimiento hasta 2003 con el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner.

De abajo hacia arriba

Teniendo en cuenta el boceto de esta periodización, la memoria colectiva corta  el cordón por la parte más gruesa: la juventud peronista de Montoneros constituye su identidad como tal. Ante el exilio de Perón, que estaría proscripto durante 18 años, la Juventud Peronista canalizó la violencia revolucionaria a través de la agrupación Montoneros, y ese parece ser el antecedente más inmediato que el inconsciente colectivo argentino guarda en su memoria social.

No es que las otras juventudes peronistas no tengan importancia: ante tanto antecedente histórico, la clave hermenéutica se encuentra en el período 60-74 porque todo se juega allí. Ahí está el ícono de la resistencia: con el líder proscripto, el peronismo “aguantó” subterráneamente. Obras de teatro clandestinas, proyecciones de películas, debates políticos, publicaciones y otras expresiones sociales conformaban el universo que esta Juventud Peronista, acéfala, aglutinaba. Con orgullo, fuerza, miedo, valentía, violencia, convicciones, reparos, disidencias, armas. Pero resistía.

Si bien es imposible dar una interpretación cerrada y unificada de este período histórico, hay un elemento que puede amalgamar dichas prácticas de la JP setentista: tenía un plan político propio. Fue, quizás, esa ausencia paterna la que despertó en estos jóvenes un ideal revolucionario que impulsaba al cambio social. Con o sin Perón.

Y más aún: a la JP no sólo le faltaba Perón. Por sobre todas las cosas cosas, no tenían apoyo estatal: los golpes de estado de Onganía, Levingston y Lanusse, disfrazados de Estado, los perseguían. Por eso, esta Juventud Peronista, se conformó de abajo hacia arriba: al calor de ideales políticos revolucionarios que, con toda su complejidad, intentaba reivindicar los ideales del justicialismo.

De arriba hacia abajo

Como mencionamos, la dictadura de 1976 pulverizó la Juventud Peronista. Recién con el surgimiento del kirchnerismo se comenzó a reavivar la idea de aquella “juventud maravillosa” a la que hacía referencia Juan Domingo Perón[2]. La agrupación La Cámpora logró posicionarse como la punta del iceberg de una serie de movimientos juveniles (estudiantiles, universitarios, barriales) que le sacaron brillo, décadas después, a aquellos engranajes que la dictadura, el alfonsinismo y el menemismo habían oxidado.

En sentido estricto, y en tanto tratamos el mito originario de la JP, hay que señalar que este fenómeno reciente en tiempos históricos queda conformado por “Unidos y organizados”, un frente partidario que tiene apenas un año de vida y que coloca a diversas agrupaciones kirchneristas bajo el mismo orden de discurso.

De esta manera, el mito de origen de La Cámpora tiene su nacimiento el 28 de diciembre de 2006, cuando Néstor Kirchner recibió los atributos presidenciales de la familia del ex presidente Héctor Cámpora. Era el punto final a la absurda proscripción que las fuerzas militares le habían impuesto al peronismo, y tal acontecimiento fue recuperado por los jóvenes que apoyaban al kirchnerismo.

Fortalecidos durante el conflicto con el sector agropecuario por la resolución 125 y unificados por la muerte de Kirchner en 2010, los jóvenes identificados con el kirchnerismo comenzaron a tener un protagonismo mediático asintótico. Este crecimiento estuvo acompañado de la mano de una fuerte ocupación estatal por parte de sus mayores referentes: Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas, Andrés Larroque, Wado de Pedro y Juan Cabandié en la Cámara Baja del Congreso de la Nación, Axel Kicillof en YPF, son sólo algunos ejemplos.

La particularidad de este movimiento es, entonces, que su conformación está fuertemente entrelazada con el Estado (“Gobierno”, y no “Estado”, en sentido estricto, aunque el significado lato sirve más a los propósitos de nuestra hipótesis de trabajo). Es el Estado, es el kirchnerismo, partido que es Gobierno, el que unifica y da sentido a esta agrupación: sin él, esta juventud parecería desintegrarse.

La Cámpora tiene, entonces, no sólo a su líder presente: lo tiene conformando estrategias de armado político en distintas dependencias del Estado. Es decir: el Estado no sólo no los persigue, sino que los cubre con su manto y, sobre todo, los emplea.

Entre el mito y la realidad: la mitología peronista

Los mitos tienen una importancia y una incidencia en la conformación de la cultura y la sociedad que, ante la crítica periodística (orientada a “destapar la verdad”), muchas veces se pierde de vista. Señalada por el semiólogo Roland Barthes como acto del habla, constituyen una particular amalgama cultural entre los acontecimientos históricos y su narración.

Por esta razón, contar el modo en el que la mitología peronista ha constituido sobre sus propios significantes una interpretación de la juventud no tiene como propósito “desnudar” nada sino, simplemente, arrojar nuevas tramas narrativas.

En este contexto teórico, nuestra hipótesis era que la JP se conformó desde abajo hacia arriba, y La Cámpora de arriba hacia abajo. Lo paradójico es que las juventudes kirchneristas recogieron el guante tomando lo que posteriormente sería aquel final del idilio entre Perón y Montoneros (del fin de la proscripción a la expulsión de los “imberbes” de la plaza hubo tan sólo unos meses).

Dicha paradoja funciona así como un disparador de diferencias conceptuales al interior de cada movimiento juvenil: la JP lloraba por su líder, La Cámpora lo celebra en cada acto oficial. La JP era perseguida por el Estado, La Cámpora fue creada desde el Estado. La JP tenía un una visión propia de la realidad, La Cámpora hace suyos sintagmas que bajan desde el Estado como “el modelo”, la “década ganada” y la “sintonía fina”.

Pero hay otra diferencia más interesante: la JP tenía su propio plan político, como dijimos, con o sin Perón. Y esto fue así porque la palabra de Perón tenía que ser interpretada. La JP debía llevar adelante la revolución que su “padre”, quizás, no se atreviera a llevar (la negación en la Plaza sea, quizás, la cristalización de la tensión en esta relación). Perón estaba “cercado” por esta juventud. Y esto era parte de la rebeldía. Es decir, entendía a la militancia como lo que es por definición: desobediencia y, más específicamente en el caso de la militancia juvenil, rechazo a lo que de conservador tiene la adultez. La autoridad de Perón, así, debía ser cuestionada y criticada al interior del movimiento.

En cambio, si algo caracteriza a La Cámpora en sus intervenciones públicas y a través de sus interlocutores más frecuentes es el apego a la palabra oficial. Primero, con Néstor Kirchner. Y segundo, con la protección constante de la palabra de Cristina: todo lo que la Presidenta dice es tomado al pie de la letra, casi acríticamente, como un dogma sagrado. Hay que “aguantar los trapos”. La desobediencia no tiene lugar en la militancia camporista, sino todo lo contrario: es el apego casi sintomático a la palabra oficial lo que prima por sobre el justicialismo. Fenómeno por demás curioso: el dogma debería estar en el corazón del justicialismo-peronismo, y no en los actores que circunstancialmente lo ocupen.

El poder estatal, así, protege a la militancia juvenil que, lejos de tener a su líder proscripto, lo tiene ejerciendo el máximo poder al que se pueda llegar en una comunidad política, el del Estado.

Zanjada esta diferencia, restaría aclarar que lejos estamos de de querer establecer una “verdad” sobre los hechos. Hemos arriesgado una intervención hermenéutica sobre el peronismo, sabiendo que nos metemos en las fibras de la narración de la historia argentina más reciente.

Seguir pensando la relación del peronismo con la sociedad civil, el Estado, y, en este caso la juventud, es a nuestro entender una tarea de enorme urgencia. En todo el esplendor que su mitología potencia.

Este trabajo sobre aquellos acuerdos tácitos del relato pretérito lejos está de querer herir la memoria histórica, sino más bien de acercar un intento de aporte que tome ciertos conceptos del pasado, para trabajar sobre una interpretación crítica del presente.

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