Esta semana se dio a conocer una noticia durísima por La Garganta Poderosa: Kevin Molina, un chico de 9 años, fue asesinado de un balazo en la cabeza al quedar en medio de un enfrentamiento (presuntamente narco) en el barrio Zavaleta (villa porteña 21-24).
Decir que la muerte de un pibe del barrio Zavaleta vale muchísimo menos que una muerte causada en un barrio como Palermo para los medios es casi una obviedad, por dura que resulte. El comunicado de La Garganta evidencia esto con suficiencia: sólo un puñado de medios periodísticos dieron la noticia, las redes sociales apenas sintieron el sonido de la vaina que mató a Kevin, y Clarín dio la noticia sólo en contraste con lo que sería un craso error de la Presidenta.
La pregunta que se impone genera su propia respuesta casi de modo recursivo, en la cátedra que han dado los medios de comunicación en los últimos decenios: un policial en un barrio carenciado no tiene relevancia, un asesinato de clase media para arriba sí lo tiene. Este fenómeno suele responder a que los sectores con menos visibilidad no importan, no tienen impacto, porque suelen ser silenciados e invisibilizados, cubriéndolos por los medios con ropajes siempre criminales. Mientras que los policiales de gente «como uno», tienen más visibilidad porque la población es más propicia a la identificación y, con ella, a la indignación, el morbo y la perversión.
Con una vuelta de tuerca: las muertes de los sectores no poderosos sólo se publican colateralmente, siempre que esto tenga algún tipo de uso que resulte favorable para un sector del poder. Esto no queda exento de excepciones -la puesta en agenda del crimen de Mariano Ferreyra por parte del PO es una; la enumeración excedería el propósito de este post-, pero la regla general que se puede inferir de las coberturas policiales es y sigue siendo esta (es difícil creer que a TN le importan los Qom y no el rédito político que de ellos sustrae).
Siguiendo esta línea argumentativa, no se trata aquí de analizar este fenómeno en el plano formal de las coberturas periodísticas, sino de traducir lo que está contenido analíticamente en la propia definición de «medios de comunicación»: la idea de que ellos son un medium entre la realidad y la gente, que están allí para informar lo que sucede y, yendo un poco más a fondo, que buscan «la verdad».
Es necesario, en estos tiempos, traducir todo esto bajo un lenguaje que le haga un poco más de justicia a lo que realmente son, a saber, vendedores de mercancías. Y es allí, donde podemos entender por qué Ángeles cubrió miles de horas en la televisión y Kevin, ninguna.
Porque cuando un medio machaca día y noche con un tema policial, lo último que le interesa es la verdad del hecho: cuando el diario Muy publicó las brutales imágenes del cuerpo de Ángeles, lejos estaba de contrapesar la libre expresión por sobre el derecho a la privacidad. Estaba vendiendo una mercancía disfrazada de «libre expresión» (operación perfectamente explicada por la periodista Florencia Alcaraz en este artículo).
En épocas donde la objetividad periodística -por fin- está puesta sobre la mesa como tema de discusión, se hace más que necesario resaltar que cuando un medio de comunicación masivo dice defender la libertad de expresión, está defendiendo su tasa de ganancia.
Bajo esta concepción, Ángeles no descansa en paz. Porque su muerte produjo una mercancía que ella nunca hubiese imaginado: horas de TV, por cable, abierta, programas especiales en horarios prime time, peritos impresentables, mediáticos, psicólogos salvajes que analizan a los protagonsitas sin contexto ni historia clínica psiquiátrica, morbo, principio de culpabilidad -antes que el de inocencia- y más.
Y eso explica por qué la muerte de Kevin fue apenas difundida: porque las villas son una mercancía si y sólo si se las criminaliza.
Si la pobreza vende, sólo lo hace cuando está criminalizada. Eso sí es una mercancía: produce un programa como GPS o Policías en acción.
En cambio, las villas no son una mercancía cuando editan -con enorme esfuerzo- una publicación como «La Garganta Poderosa», porque la cultura villera del trabajo que allí se representa, simplemente, no vende.
Se puede seguir hablando de «libertad de expresión», «búsqueda de la verdad» y demás, pero sin esta vuelta de tuerca, la sociedad se hunde en la inmadurez de discutir si fue el portero o no.
Mientras, Kevin sigue ahí. Invisible.
Invisible, en el mundo de las mercancías.
[Para más información]
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En «Vuelta Cangrejo»: «Las balas no se pierden – Asesinato a Kevin en Zavaleta
Son de una gran complejidad, y de una sustanciosa mediocridad, los mecanismos del morbo social. Cuando se conjugan siniestramente elementos que constituyen una transgresión a la hipocresía moral que domina a quien solamente es televidente, lector u oyente de lo que se define como «alerta», «último momento», «primicia», resulta esa insana atención que no puede honrar ni bien recordar a nadie. Tampoco es móvil de justicia, sino de regodeo más o menos pasajero. La civilización del espectáculo ha dado paso a la de la violencia banalizada presentada como información. Acaso, más allá, aún exista otra superadora instancia de la vergüenza propia y ajena. Será cuestión de tiempo…
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