Rock and Pop, 30 años de la primera radio moderna

Publicado en Revista Brando
La historia de la Rock and Pop
Número 113 – Agosto de 2015

 

Feedback

GRINBANK: «Dos animales de radio. Un programa con dos tipos con un empuje impresionante. En ese momento tenían mucha compatibilidad para jugar juntos. Después la misma evolución de ellos los hizo ir para lados distintos. Lo hacían con unas ganas impresionantes, con un compromiso muy fuerte. Mario y Ari tenían una interacción espectacular».

En 1985, con el destape democrático, nacía la emisora que cambió los parámetros del aire: vanguardia, inclusión del oyente, liberación del discurso, espontaneidad, fantasía y sinsentido. Una fórmula infalible que se tradujo en programas que se volvieron íconos y que acá recuperamos en las voces de sus protagonistas.

ARI PALUCH: «Estos pibes laburan gratis, me ganan en el rating y trabajan hasta una noche buena». Así pensaba Grinbank cuando hacíamos el programa en FM Okey, sin cobrar un mango, y por eso nos fue a buscar. A principios del ’87 debutamos en la Rock and Pop, y estaba tan nervioso que hice un informe sobre Madonna y dije «Maradona». Desde lo musical, yo venía muy marcado por el rock sinfónico de Genesis, Yes, Alan Parsons. La diferencia era que, así como en otras radios no había lugar para pasar temas de 20 minutos, en Feedback nos podíamos dar el gusto de poner esas cosas. Eso ya empezó a marcar un quiebre con los programas de radio tradicionales. Escuchabas la Rock and Pop y parecía que estabas escuchando una radio profesional de fuera del país. Y segundo, desde lo informativo: venía el Indio Solari o Charly García a merendar al programa. Todos los grandes músicos querían estar. Las discográficas se morían porque los invitáramos, por eso nos íbamos de gira con las bandas también. Fue una experiencia magnífica. Feedback fue pionero y vanguardista. Era tan exitoso que cuando se terminó el programa, porque Mario y yo estábamos yendo por caminos distintos, la gente pensó que había sido una maniobra de Grinbank para tener cubiertas ocho horas y no sólo las cuatro del programa. Y la verdad es que no fue por eso: cuando Mario se iba de gira, yo hacía el programa que quería, y viceversa. Y fue buenísimo, porque ahí estuvo el laboratorio para hacer Maratón, que fue el programa que hice yo después en la Rock and Pop, y Mario para Malas Compañías.

Conducción: Ari Paluch y Mario Pergolini

Debut: 23 de abril de 1987

Final: 8 de septiembre de 1988

Horario: 15 a 19

El dato: El proyecto original venía de Radio Continental, cuando Ari Paluch tenía 23 años y Mario Pergolini 21. Las primeras entrevistas a músicos de la talla del Indio Solari o Gustavo Cerati fueron en Feedback. Los conductores, incluso, se turnaban para irse de gira con los músicos por separado.
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Frédéric Martel, el sociólogo que simpatiza con la cultura de masas

Publicado en Yahoo Noticias

La cultura de masas divide en dos a televidentes, amantes de la música, cinéfilos y lectores: apocalípticos e integrados. ¿Es Avatar una obra maestra, o es un simple cúmulo efectos especiales? ¿Qué lugar ocupa Justin Biever en la escena musical actual? ¿Es Cincuenta sombras de grey buena literatura, o mero éxito comercial? ¿Aporta algo a la cultura Ama de casas desesperadas o Glee, o son productos culturales que sólo apuntan al llenar de plata a los dueños de los medios que los producen?

Aquella distinción hecha por el filósofo Umberto Eco sigue en pie y marca dos posturas irreconciliables: o bien los productos culturales masivos reflejan la decadencia del arte (apocalípticos), o bien algo dicen sobre la evolución de estas industrias y también forman parte de la cultura (integrados). Frédéric Martel, sociólogo y periodista francés, le ha dedicado una buena parte de su vida a responder estas cuestiones: ¿cómo funciona la cultura de masas, llamada mainstream en la época actual?

“La pregunta se complejiza mucho más si a todo esto le sumamos Internet. ¿Qué va a pasar con servicios como Netflix? ¿Cambiará las prácticas del consumo, o más bien las confirma?”, se pregunta Martel. Por esta razón lanzó Smart, una reflexión sobre el modo en el que la revolución digital está cambiando las formas de producción y difusión de la cultura.

Aunque nacido un año después del mayo francés, e influenciado por pensadores de su época como Foucault y Deleuze, Martel desarrolló una buena parte de su carrera en los Estados Unidos bajo el manto de intelectuales como Joseph Nye, Michael Walzer, Michael Sandel y Amartya Sen. Allí pensó Cultura mainstream, una muy exitosa investigación para la cual se entrevistó con 1.250 personas, entre productores, directores ejecutivos y realizadores de empresas tan distantes (o tan similares) como DreamWorks o Rotana –una cadena saudí- a lo largo de 30 países para responder estas preguntas.

Smart, queserá editado el año que viene en Argentina por Taurus, retoma la línea de sus investigaciones para profundizar sobre la cultura de masas. Martel habló con Yahoo Noticias en su paso por Buenos Aires por su último libro, que ya da que hablar en todo el mundo por sus agudas reflexiones, y repasó algunas ideas del exitoso Cultura Mainstream.

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El poder de los medios: ¿cuánto influyen en nuestra vida cotidiana?

Publicado en Yahoo Noticias

La discusión sobre los medios de comunicación tomó en los últimos años, para variar, un tinte binario: o bien son simples “espejos de la realidad”, o son dudosas corporaciones que manejan a los sujetos como marionetas. ¿Se puede pensar algo más allá de este corset maniqueo, de esta lógica de buenos y malos? Sí, claro que se puede: El poder de los medios es una selección de entrevistas de primer nivel, con profundas reflexiones en torno al rol de los medios de comunicación en la actualidad.

Nombres como el del filósofo Gianni Vattimo, Toni Negri, el recientemente fallecido Ernesto Laclau o Néstor García Canclini hacen del trabajo de Iván Schuliaquer un verdadero compendio de entrevistas de lujo. Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Sociología de medios por la Universidad de París IV-Sorbonne, el autor (que también es periodista y sabe, en primera persona, del oficio de creación de noticias) no quiso quedarse sólo con la interpretación de estos autores, sino ir más a fondo: preguntarles a ellos mismos qué pensaban sobre los medios de comunicación.

¿Qué lugar ocupan hoy los medios en la vida cotidiana de todos? ¿Cómo cambiaron las nuevas tecnologías el modo en el que se consumen las noticias? ¿Se puede hablar del fin de las noticias? ¿Cuánto tarda un periodista hoy en construir una noticia? ¿Qué respuestas tienen a todo esto los intelectuales?

“Hay una definición del filósofo Paul Ricoeur que dice que la mejor manera de leer un texto es considerar a su autor muerto. De esa forma, uno no tiene manera de preguntarle qué quiso decir y solo queda interpretar. Bueno, el libro va contra eso. Yo quería preguntarles a autores que venía leyendo cómo, desde sus teorías, vinculan a la política y los medios”, explica. No sin dejar la puerta abierta, aún, a más interrogantes. Aquí, algunas de esas preguntas y un intento por responder a cuánto, de qué modo y por qué el poder de los medios es algo central para entender al siglo XXI.

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La insoportable liviandad de los conceptos

Padre. Madre. Familia. Género. Da todo lo mismo, cuando se trata de hablar en radio mainstream. Total, el que está del otro lado, abrazará el sentido común, hijo (¿o padre?) aristotélico por excelencia.

Sin muchas vueltas, las palabras de Jorge Lanta despertaron un gran revuelo en torno a la problemática del así llamado «género». «Sos un trava con documento de mina, no sos una mina. Yo igual te voy a dar laburo, no te voy a discriminar, está todo bien. Pero en cuanto a Flor de la V, que le dan el documento y dice ‘soy madre’… Disculpame, no sos madre, sos padre».

Más allá de toda la discusión en torno al género, para Jorge Lanata, si tenés un órgano reproductor masculino y lo usaste en tiempo y forma, sos «padre». Con el mismo concepto, para una mujer, albergar a un bebé 9 meses en su vientre y luego parirlo, la hará «madre».

Es decir, el lugar de madre o padre pasa, según Jorge, por la genitalidad. La genitalidad hace a la función de ser madre o padre.

Lanata te resuelve todo de un plumazo, simple, conciso y sin vueltas. Con una economía conceptual envidiable.

Quizás ya nos sacamos el siglo XX de encima, desde Levi Strauss hasta Lacan.

Avisen si es así, o si se trata de otra de las locuras del Rey Jorge.

El malestar del periodismo

Cuando la ropa que usa un mandatario copa medios gráficos, audiovisuales y cibernéticos, y todo eso se etiqueta bajo la categoría de “política” o “el país” algo anda mal. Muy mal. La amplia cobertura mediática de las calzas que usó la Presidenta en un acto en Ezeiza da cuenta de un fenómeno que diagnosticó Juan José Sebreli el año pasado, con el título de un libro eminentemente freudiano: “El malestar de la política”. La radiografía, llamada a mostrar el nervio de la dirigencia contemporánea, puede calcarse para el periodismo, constituyendo, así, un “malestar del periodismo”.

Como todo diagnóstico, dicha afección se hace visible a través de síntomas. Síntomas de los cuales el episodio citado conforma sólo su máxima cristalización. No hace falta llegar a las calzas para divisar esta cuestión, aunque ello constituya el paradigma de lo que estamos tratando de explicitar.

Las secciones de política de los medios, en la actualidad, se mueven en un declaracionismo preocupante, un juego de trascendidos, un uso más que imprudente del off the record, y un conjunto de excepciones que se transforman en regla sin ningún tipo de pudor. Las columnas radiales se mueven en torno a qué dijo A, qué respondió B y qué interpretó C. Los semanarios de noticias parecen haber abandonado las investigaciones, para cruzar acusaciones cuasi infantiles de un grupo económico a otro.

Ahora bien, el problema no es el juego dialéctico (propio del ejercicio político deudor de la retórica grecorromana) que allí se fomenta, sino el modo en el que se enfatizan y se subrayan estas discusiones. Que un senador le dijo “atorrante” a un empresario opositor, que una diputada fue escotada a asumir su banca, que un ministro está en primera fila y con bonete, que un Presidente se aloje en una habitación ostentosa en una gira mundial…

¿Es todo eso lo que realmente constituye una sección de “política”? ¿O la política pasa por dar cuenta que el director de una empresa estatal no pueda explicar por qué no presenta balances (por poner solo un ejemplo?) ¿No son esas las cuestiones que hacen a la política económica y a la columna vertebral de un país?

Todo indicaría que no. Estamos ante el Zeitgeist del detalle (y de títulos con interjecciones revolucionarias)

Si a todo esto le sumamos que a los periodistas les encanta hablar sobre si un intendente del conurbano “juega o no juega”, y más aún, se regodean en deslizar que cuentan con información que otros no (cuando el único mérito que aquello tiene es tener un contacto –en el más inocente de los casos-), el diagnóstico parece ser bastante más preocupante que un “malestar” (con algunas excepciones: hay trabajos periodísticos actuales que intentan escapar a esta lógica del detalle).

Como sea, este fenómeno parece responder a un clima de época periodístico en el cual el “detalle”, como decíamos, es más importante que el fondo de la cuestión. Esta concepción no constituye sino los efectos de una cobertura mediática que se dedica a la “política” de un modo bastante particular. Un modo que reproduce la (ya burda) sociedad del espectáculo que conformamos día a día. Con los medios que consumimos, fomentamos y, de cierto lado del mostrador, construimos (mea culpa, nobleza obliga).

Se hace necesario, a esta altura de la argumentación, tener en cuenta la otra cara de este diagnóstico: quizás sea la actividad política misma, la casta dirigencial, la que esté estimulando este tipo de construcciones sociopolíticas (tesis, a grandes rasgos, de Sebreli en su libro). Quizás desde arriba no haya una forma de construir que estimule a que el periodismo se mueva en torno a discusiones más maduras, aunque resulte difícil creer que los medios de comunicación se interesaran en otro tipo de mercancías.

Y es aquí donde podemos pensar que esta concepción que utiliza Sebreli de “El malestar de la política” (deudora sin dudas de Habermas y su “Transformación estructural de la esfera pública”) es una herramienta que tiene un valor muy grande para pensar esta afección social, sin importar para qué ni para quién sea la publicación citada (siendo conscientes, sobre todo, “contra” quién escribe Sebreli, -el kirchnerismo, en particular, y los movimientos populistas, en general-).

Este malestar expresa, como se puede inferir de la lectura de Sebreli, el nivel de inmadurez que la dirigencia política argentina manifiesta (tesis plausible de ser discutida, que no estamos tratando en profundidad aquí –y que su mención no implica inmediata adhesión, sino el disparador de una herramienta analítica-).

Quizás el periodismo argentino debería empezar a entender que cuando le demanda a la dirigencia política un grado más elevado de madurez, antes tenga que mirar para adentro y ver qué tipo de noticias está estimulando en sus redacciones, estudios radiales y televisivos.

Mientras el Zeitgeist del detalle prevalezca, las calzas seguirán siendo cuestión de Estado. En cuyo caso, deberíamos dejar de llamar a esas secciones de las primeras páginas de los diarios «política».

Porque todo eso no es la política.

 

Ellos viven de Ángeles, no de Kevin

Esta semana se dio a conocer una noticia durísima por La Garganta Poderosa: Kevin Molina, un chico de 9 años, fue asesinado de un balazo en la cabeza al quedar en medio de un enfrentamiento (presuntamente narco) en el barrio Zavaleta (villa porteña 21-24).

Decir que la muerte de un pibe del barrio Zavaleta vale muchísimo menos que una muerte causada en un barrio como Palermo para los medios es casi una obviedad, por dura que resulte. El comunicado de La Garganta evidencia esto con suficiencia: sólo un puñado de medios periodísticos dieron la noticia, las redes sociales apenas sintieron el sonido de la vaina que mató a Kevin, y Clarín dio la noticia sólo en contraste con lo que sería un craso error de la Presidenta.

La pregunta que se impone genera su propia respuesta casi de modo recursivo, en la cátedra que han dado los medios de comunicación en los últimos decenios: un policial en un barrio carenciado no tiene relevancia, un asesinato de clase media para arriba sí lo tiene. Este fenómeno suele responder a que los sectores con menos visibilidad no importan, no tienen impacto, porque suelen ser silenciados e invisibilizados, cubriéndolos por los medios con ropajes siempre criminales. Mientras que los policiales de gente «como uno», tienen más visibilidad porque la población es más propicia a la identificación y, con ella, a la indignación, el morbo y la perversión.

Con una vuelta de tuerca: las muertes de los sectores no poderosos sólo se publican colateralmente, siempre que esto tenga algún tipo de uso que resulte favorable para un sector del poder. Esto no queda exento de excepciones -la puesta en agenda del crimen de Mariano Ferreyra por parte del PO es una; la enumeración excedería el propósito de este post-, pero la regla general que se puede inferir de las coberturas policiales es y sigue siendo esta (es difícil creer que a  TN le importan los Qom y no el rédito político que de ellos sustrae).

Siguiendo esta línea argumentativa, no se trata aquí de analizar este fenómeno en el plano formal de las coberturas periodísticas, sino de traducir lo que está contenido analíticamente en la propia definición de «medios de comunicación»: la idea de que ellos son un medium entre la realidad y la gente, que están allí para informar lo que sucede y, yendo un poco más a fondo, que buscan «la verdad».

Es necesario, en estos tiempos, traducir todo esto bajo un lenguaje que le haga un poco más de justicia a lo que realmente son, a saber, vendedores de mercancías. Y es allí, donde podemos entender por qué Ángeles cubrió miles de horas en la televisión y Kevin, ninguna.

Porque cuando un medio machaca día y noche con un tema policial, lo último que le interesa es la verdad del hecho: cuando el diario Muy publicó las brutales imágenes del cuerpo de Ángeles, lejos estaba de contrapesar la libre expresión por sobre el derecho a la privacidad. Estaba vendiendo una mercancía disfrazada de «libre expresión» (operación perfectamente explicada por la periodista Florencia Alcaraz en este artículo).

En épocas donde la objetividad periodística -por fin- está puesta sobre la mesa como tema de discusión, se hace más que necesario resaltar que cuando un medio de comunicación masivo dice defender la libertad de expresión, está defendiendo su tasa de ganancia.

Bajo esta concepción, Ángeles no descansa en paz. Porque su muerte produjo una mercancía que ella nunca hubiese imaginado: horas de TV, por cable, abierta, programas especiales en horarios prime time, peritos impresentables, mediáticos, psicólogos salvajes que analizan a los protagonsitas sin contexto ni historia clínica psiquiátrica, morbo, principio de culpabilidad -antes que el de inocencia- y más.

Y eso explica por qué la muerte de Kevin fue apenas difundida: porque las villas son una mercancía si y sólo si se las criminaliza. 
Si la pobreza vende, sólo lo hace cuando está criminalizada. Eso sí es una mercancía: produce un programa como GPS o Policías en acción.

En cambio, las villas no son una mercancía cuando editan -con enorme esfuerzo- una publicación como «La Garganta Poderosa», porque la cultura villera del trabajo que allí se representa, simplemente, no vende.

Se puede seguir hablando de «libertad de expresión», «búsqueda de la verdad» y demás, pero sin esta vuelta de tuerca, la sociedad se hunde en la inmadurez de discutir si fue el portero o no.

Mientras, Kevin sigue ahí. Invisible.

Invisible, en el mundo de las mercancías.

[Para más información]

Pompeya: dolor y bronca por el asesinato de Kevin Molina
Los papás de Kevin se reunieron con Gils Carbó en busca de esclarecer la responsabilidad de la Prefectura en la muerte
La emotiva carta que escribió la hermana de Kevin, el niño asesinado
En «Vuelta Cangrejo»: «Las balas no se pierden – Asesinato a Kevin en Zavaleta

Eso también es la «República»

Una cuestión muy presente el debate que se presenta a través de los medios de comunicación, es la disputa por la «República».

Esta se encuentra en el discuro opositor al Gobierno, principalmente, siendo objeto ella de de las más cruentas torturas y vejaciones por parte del poder de turno (aunque también está presente en el discurso oficial, bajo otros ropajes).

Es difícil ver a qué se está refiriendo cada actor social cuando habla de República. La palabra está hoy vacía de sentido: ¿Hablan de la división de poderes? ¿Hablan de un conjunto de instituciones hilvanadas por -el siempre sujeto a interpretación- finísimo hilo de la ley? ¿Hablan de la Constitución? ¿O hablan de algo más fundantemente originario -como sinónimo de  «Patria-?

El ejercicio para ensayar una respuesta no es simple. Y esta complejidad no viene dada por la cantidad de constructos teóricos en juego en los discursos que circulan en la esfera pública: tiene que ver con una aparente falta de conocimiento propia de los actores en juego de lo que la república, más o menos, es.

Sin embargo, podemos arriesgar una respuesta. Hay un sentido bastante más lato que cualquier otra teoría del Estado, que tiene que ver con el significado mismo de la palabra «República». Un poco de marianogrondonismo nunca viene mal: es «la cosa pública» (res = cosa / publica = lo común), el cuidado, interés o administración de las cosas públicas. Así como la política era para los griegos la discusión de la vida en comunidad, de la vida en la pólis, la República entraña cierto cuidado y/o discusión por las cosas que a todos lo competen. No es muy distinto, en este sentido.

Esta característica de la República recubre (o debería recubrir) de cierta sacralidad a lo público: cualquier violación a la República implica una violación a la comunidad toda y, como tal, a cada uno de los ciudadanos.

Si trasladamos esto a la coyuntura, podemos ver que es esta la idea que subyace a los actos de corrupción: se utilizan los intereses de todos en favor de intereses privados. Sin embargo, y si bien es cierto que en la República el grado de responsabilidad más alto probablemente lo tengan los funcionarios públicos, hay un detalle no menor que se pasa por alto: todos son parte de ella.

Desde el ámbito privado, es claro que también se puede privilegiar el interés propio por sobre el colectivo, afectando seriamente al conjunto. Pero sea porque lo privado ha tenido mejor prensa que lo público, o por la verosímil concepción de que en el fuero propio todo queda sujeto a uno mismo, este tipo de acciones nunca se ponen en cuestión.

Un ejemplo suele aclararlo todo, decía Perón que decía Napoleón: si un periodista tiene información para presentar ante la Justicia por un caso de corrupción que afecta a la comunidad, debería presentarla toda de una vez y no guardar parte de ella «para su próximo programa». Allí se estaría privilegiando un interés privado (rating), por sobre uno público (el acceso a «la verdad»). Es cierto que la investigación del periodista se hizo con fondos privados, no públicos. Y que allí hay un argumento que traba la analogía. Pero esta se mantiene si, pensando un poco en el «bienestar general», examinamos cuáles son los efectos que sobre la sociedad se genera esta retención de información.

Y así podrían pensarse varios ejemplos más, atravesados por esta lógica público/privado. No hay dudas de que lo deseable sería que los funcionarios públicos no antepusieran sus intereses privados por delante de los de sus representados. Pero también hay que tener en cuenta que a la comunidad la hacen todos los sectores de la sociedad, y que si cada facción va a arrogarse aires republicanos para construir su discurso, debería tener en cuenta que muchas veces cae en lo que su propia voz critica.

No sólo la casta de funcionarios públicos tiene el deber de cuidar «lo común». La tentación de priorizar lo privado por sobre lo colectivo está al alcance de otros sectores sociales que no sólo incumplen el mandato que pregonan, sino que además se erigen como «guardianes de La República».

Eso, todo eso, también es la República.

Suspender el juicio

El escepticismo antiguo tenía una particular forma de ver las cosas: cuando tenía que opinar, se abstenía. Es decir, no opinaba. No negaba ni afirmaba. Dicho de un modo más prolijo, «suspendía el juicio» (entendiendo por juicio una oración que afirma o niega algo).

Esta posición tuvo vaivenes históricos, idas y vueltas que la hicieron muy popular, o muy rechazada. Y una de sus principales críticas podría pensarse en términos de lo que hoy se llama un “tibio”, un pecho frío. Esto es, alguien que “no se la juega” a la hora de dar una opinión, emitir una sentencia respecto de algo que es discutido públicamente. En el ágora.

Lejos estamos de querer entrar en una exhaustiva discusión filosófica. ¿Por qué toda esta introducción, que además de ser escueta peca de reduccionista? Porque hay una pregunta bastante simple que se impone en estos días, raramente formulada en los medios de comunicación: ¿cómo puede ser que todos tengan un juicio formado sobre todo? Dicho más llanamente, guiñando la interpelación: ¿por qué hay que tener una opinión sobre todo?

Por supuesto, al hablar de “todos” y “todo” estamos siendo injustos, en tanto ambos conjuntos son un tanto amplios como para reducirlos y tenerlos en la palma de la mano. De hecho, si nos estamos refiriendo al microclima de Internet, deberíamos explicitarlo. Quizás a esa porción de la realidad nos estemos refiriendo, solamente. Hecha esta aclaración, basta navegar un poco las páginas web de los diarios o pasarse un rato por las redes sociales, para ver que efectivamente esto sucede.

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Guerras mediáticas: la historia de una batalla de tinta en la Argentina

Publicado en Yahoo Noticias

La pelea entre el kirchnerismo y Grupo Clarín, hoy un poco más atenuada, se presenta ante la sociedad como una batalla sin precedentes. A todo o nada. Sin embargo, desde los inicios de la de la república, ya en la Revolución de Mayo hubo enfrentamientos considerables: Manuel Belgrano y el virrey Cisneros protagonizaron la que podría identificarse como la primera guerra mediática del país.

«Por guerra mediática entiendo la dimensión periodística de los conflictos políticos más estruendosos de la historia argentina. Momentos en que los bloques en pugna se polarizan y cada uno dispone de un ejército de medios de comunicación». Así explica Fernando Ruiz, experto en historia de medios, algo que siempre ocurrió en la historia argentina: las batallas libradas entre Gobierno y medios de comunicación.

Si bien el concepto de prensa era totalmente distinto en el siglo XIX, las batallas políticas y culturales tenían como principales arenas a los medios de comunicación. Pero cuando las diferencias se tornan insalvables, son los mismos principios de cada lado los que se ponen en cuestión.

Ruiz cuenta cuáles fueron estas «guerras mediáticas» desde Belgrano y Rivadavia, pasando por Hipólito Yrigoyen hasta llegar a las conocidas disputas de la actualidad. Lejos de intensificar las diferencias de la batalla actual, ayudan a comprender cómo se desarrolló un conflicto recurrente en la historia argentina: «La historia de una polarización puede ser muy variada, pero los ingredientes son los mismos. Aquí, un repaso por estos conflictos y su particular funcionamiento.

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Dante Palma: “Las iniciativas del kirchnerismo le ponen un freno a la prepotencia del capital”

El adversario (Editorial Biblos, $70)

Publicado en Yahoo Noticias

Dante Palma es el filósofo de 6-7-8. Profesor de la Universidad de Buenos Aires, y Doctor en ciencia política por la UNSAM, el panelista participa de las discusiones del programa de cuño oficialista que analiza los discursos que circulan en los medios de comunicación.

Con «El adversario», concepto tomado de la politóloga belga para bautizar a su más reciente libro, Palma intenta ilustrar el modo en el que el kirchnerismo ha construido su identidad: pasando del tan cuestionado binomio amigo-enemigo, a la categoría de «adversario», que tiene otras consecuencias políticas. Aquí, algunos conceptos fundamentales de la identidad K, el rol de la oposición y, sobre todo las contradicciones internas del modelo kirchnerista bajo una mirada filosófica.

– Tu nuevo libro se llama «El adversario». ¿Cómo construyó su adversario el kirchnerismo?

– La categoría de «adversario» puede ser útil para comprender el modo en que se constituyó políticamente el kirchnerismo. Lo central de esta noción es que es posible rechazar la idea de una democracia de consensos, de armonía de intereses en la que todos ganan y pierden por igual, sin caer en la idea de que la política sigue la lógica de amigo versus enemigo, es decir, sin considerar que el otro es un rival a exterminar. Hablar del otro como adversario y no como enemigo, supone que la política es disputa pero dentro de los patrones de la democracia.

– ¿Cuál dirías que es una de las principales hipótesis del libro?

– Que el kirchnerismo como tal empezó en 2008, tras la disputa con las patronales del campo que desnudó salvajemente la connivencia entre el poder económico y las grandes corporaciones de medios. Fue en función de encontrar ese otro, ese adversario, el grupo Clarín, que el kirchnerismo tal como lo conocemos hoy comenzó a tomar forma.

–  Uno de los temas que tratás es la disputa con el campo. Esta fue, según explicás, mucho más que una disputa económica. ¿Qué fue?

– Fue una disputa cultural que marcó la diferenciación entre un «nosotros» y un «ellos». Allí las fichas se acomodaron en un lugar o en el otro y no hubo más espacio para puntos intermedios. Fue el momento de mayor radicalidad y probablemente, el momento fundacional del kirchnerismo.

En 6-7-8 (Foto: Facundo Romero)

– En este sentido, lo que pasó con Cobos en 2008 te sirvió como disparador para explicar el problema de la representación en la política, o en la filosofía política. ¿De qué se trata este problema?

– Sí, más allá de estar de acuerdo o no con la decisión de Cobos, el momento del «no positivo» expuso con claridad el problema de la representación. En otras palabras, ¿estamos votando programas de Gobierno u hombres? Si se votasen programas de Gobierno, Cobos, aun cuando estuviera en contra de la medida adoptada por su propio Gobierno, debiera haber apoyado la suba de retenciones. Dado que esto no sucedió, lo que queda es la justificación que finalmente se dio: no votamos programas sino hombres. Esto nos lleva a un problema que ya aparecía en El Federalista (de Hamilton, Madison y Jay): la representación como una suerte de casta aristocrática por la cual se supone que ese grupo de representantes saben lo que es mejor para el pueblo mucha más que el propio pueblo. En otras palabras, pareciera que el pueblo sólo tiene la capacidad para elegir representantes y depositar en ellos toda la discrecionalidad, pues ese grupo de elegidos es el que favorecerá el bien común. Claramente, el problema es que ese representante podría, entonces, tomar decisiones que van en contra del deseo del pueblo y justificarlo en función de su mayor capacidad. De ahí al Gobierno aristocrático hay sólo un paso.

– ¿Cómo explicarías la construcción teórica del concepto de «monopolio» que forjó el kirchnerismo?

– Está claro que estrictamente el grupo Clarín no es un monopolio pues hay otras corporaciones y también otros medios. Sin embargo, la idea de monopolio, entiendo yo, apunta a esa suerte de pensamiento único de cierto periodismo del Establishment y sus referentes de siempre. Dicho de otro modo, La Nación y Perfil no pertenecen al grupo Clarín pero los 3 actúan como bloque homogéneo frente al Gobierno y el resto de los medios.

– En el mismo sentido, ¿por qué «el monopolio» es Grupo Clarín y no, por ejemplo, el flamante caso de Cristóbal López o Spolzki? ¿O Hadad-Moneta, Vila-Manzano? Me refiero con esto a, ¿por qué algunos son adversarios y otros no? ¿Es una cuestión del concepto de «monopolio» en sí, o más bien del contenido del mismo?

– Creo que no son comparables el Grupo Clarín con el resto de los multimedios que mencionás, pero si en algún momento llegaran a serlo está claro que el Gobierno y la ley de medios debería aplicarse a todos por igual. Y digo que no son comparables por el poderío económico y la inmensa cantidad de licencias que posee el grupo Clarín, con un entramado complejo que alcanza intereses en diferentes áreas. Sin embargo, como creo que se infiere de tu pregunta, hay que atacar la idea de monopolio independientemente de la línea política que tenga el medio en cuestión. Y justamente la ley de medios es clara en ese sentido. Hoy es el grupo Clarín el que no la cumple y estamos esperando que la justicia derribe la cautelar que impida la desinversión. Si el día de mañana hubiese otro grupo que la violase, incluso afín al Gobierno, sería deseable que se aplique con el mismo rigor.

–  ¿Cuál creés que es la estrategia del Gobierno con los grupos económicos?

– Hay algo que está claro: este no es un Gobierno marxista que vaya por la reforma agraria ni por la dictadura del proletariado, así que no se puede decir que tenga un especial enfrentamiento con los grupos económicos. Más bien se enmarca en la tradición de lo nacional y popular y en la pretensión de alcanzar la siempre mencionada burguesía nacional. Lo que sí me parece que el Gobierno tiene claro es que la que debe gobernar es la política y en momentos donde los Estados nacionales se ven debilitados y asisten impávidos al modo en que los capitales transnacionales le fijan agenda, el kirchnerismo ha tomado una serie de iniciativas que ponen freno a esa prepotencia del capital.

–  Claro, en este sentido, si no entendí mal alguna de las tesis que manejas en el libro, el kirchnerismo hace una «reivindicación del Estado y la política» en contraposición a un conglomerado mediático-económico dominante que suele extorsionar al poder de turno. Esto es una postura clara que el Gobierno kirchnerista planteó de 2008 para adelante pero, ¿cómo se compatibiliza esta postura con la buena relación que mantuvo el primer mandato de Kirchner con el Grupo Clarín? ¿Qué rol tenía el Grupo Clarín en  ese momento?

– Efectivamente, hasta 2007, el Gobierno de Kirchner mantuvo una suerte de pacto de no agresión con el grupo Clarín. Desde el Gobierno se aclara, con buen tino, que se trataba de una época en la que se estaba saliendo del infierno y no se podían tener todos los frentes abiertos. ¿Vos te imaginás proponer la ley de medios en 2006? En esta línea recuerdo un reportaje a Kirchner donde un periodista le reprocha el hecho de haber puesto a Redrado al frente del BCRA y Kirchner le responde algo así como «Claudio Escribano nos había dado 6 meses de Gobierno. Veníamos de negociar una quita del 75% de la deuda y había que dar señales al mundo tras el default. ¿Qué querías? ¿Que lo hubiese puesto a Kunkel?» La política es siempre un juego de fuerzas y de capacidad de captar los momentos adecuados. Sin embargo, claro está, algún lector podría decir que esa idea justifica cualquier acto. Puede que sea verdad también. En este sentido, para no caer en ese tipo de discusiones prefiero hacer énfasis en la medida en sí, en la ley de medios. Creo que esta es correcta y no me importa quién la realice ni cuándo. Si se le hubiera ocurrido a Macri, Carrió o a Alfonsín te estaría diciendo lo mismo.

Cabito, Sandra Russo, Barragán y Galende (espaldas) en 6-7-8 (Facebook)

 ¿Qué rol cumple el programa 6-7-8 en la construcción de una contrahegemonía?

– Asombrosamente central. Digo «asombrosamente» porque resulta llamativo que un programa que sale por la Televisión pública con, aparentemente, pocos puntos de rating, haya generado un quiebre tal dentro del periodismo y haya llevado la discusión acerca de los medios de comunicación al debate público. Creo, además que 6-7-8 atrajo a un gran sector de clase media no peronista, entre ellos una gran cantidad de jóvenes que luego se «institucionalizaron» en La Cámpora y otros movimientos. Una muestra de ello estuvo en las movilizaciones que se hicieron desde el grupo de Autoconvocados de Facebook 6-7-8. Sin duda, 6-7-8 ha sido un hito televisivo y, a la vez, un fenómeno político clave en la estrategia comunicacional del Gobierno.

– Los medios a los que el Gobierno se opuso hablan de una censura por parte del oficialismo. Sin embargo, hay una serie de canales, diarios y revistas que publican libremente acusaciones, comentarios y editoriales en contra de la administración kirchnerista. ¿Cómo se explica esta situación?

– Los medios y periodistas tradicionales han visto fuertemente socavada su legitimidad y hacen una gran puesta en escena, construyen una épica de la persecución en el marco de un presunto Gobierno autoritario. Por respeto a los periodistas asesinados, desaparecidos y perseguidos realmente, sería deseable utilizar otro tipo de estrategias para defenderse de leyes que lo que buscan es acabar con los medios de posición dominante y garantizar la pluralidad de voces.

– Hay un capítulo dedicado a Alberdi, en el cual tratás «La esencia provisoria de la República». Muchas veces al peronismo se lo ha calificado, desde una historia de las ideas, como una «desviación» de la historia argentina (me refiero a lo que fueron los intelectuales de «Contorno» y «Sur», por ejemplo). ¿Creés que al kirchnerismo se le hace una crítica similar desde los medios, en tanto se lo acusa de no republicano?

– Al kirchnerismo se lo ataca por izquierda, por derecha, por arriba y por abajo. Hace ya varios años que se lo ataca y sin embargo, cuando se examinan los argumentos se trata de justificaciones harto trilladas, lo cual, claro, no significa que no haya lugares para atacarlo. ¿Acaso las palabras de Sarlo difieren de todos los lugares comunes en los que caían los antiperonistas en los años 50? En el libro he trabajado bastante esa comparación tomando pensamientos de diferentes líneas y las críticas son insólitamente parecidas. Donde más se ve eso es en la literatura de los ’50, ’60 y ’70 con Borges y Bioy por derecha o Cortázar y Viñas por izquierda. En la actualidad, tenemos los mismos argumentos pero lamentablemente, no tenemos esas enormes plumas.

– En «El rompecabezas kirchnerista» manejás la idea de que el kirchnerismo es un proyecto no acabado, e incluso tratás ciertas tensiones al interior del modelo. ¿Cuáles serían esas tensiones?

– Sí, creo que si bien la fisonomía del kirchnerismo comienza a tomar forma en 2008 y tuvo su gran éxito en 2011 estamos entrando en una nueva etapa donde el «sujeto de la historia del kirchnerismo cristinista» está en la juventud (acompañada, claro está, de cierto sindicalismo y de ciertos movimientos sociales). Pero está claro que CFK no quiere seguir dependiendo del partido justicialista y sus vetustas estructuras y menos del sindicalismo de Moyano. También es un momento de recambio generacional en el ámbito de los barones bonaerenses. Sin embargo, la gran disputa comenzará en 2013, probablemente, al interior del kirchnerismo con el ala más de derecha del movimiento. Ahí aparece el «enigma Scioli» puesto que parece claro que el kirchnerismo no lo ve ni lo quiere como sucesor. Así, habrá que ver si Scioli decide «romper» en algún momento y ver el modo en que se articularán especialmente el PRO y las corporaciones económicas detrás de esa ruptura.

– ¿Qué le falta al kirchnerismo? ¿Qué le sobra?

– Sinceramente no lo sé. Pero en el libro, doy una pista cuando considero que en el kirchnerismo confluye una tradición más colectivista peronista de raigambre nacional y popular, con una tradición ilustrada y liberal que se expresa, por ejemplo en la defensa irrestricta de los derechos humanos. En este sentido, el kirchnerismo parece agregarle a las características de cierto peronismo tradicional, e incluso a alguno de sus vicios, un aspecto institucionalista y un compromiso esencial con los valores democráticos y los derechos individuales.

Dante Palma es profesor de la materia Filosofía del Derecho en la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Escribe sobre filosofía, análisis de discursos políticos y actualidad en diarios y revistas nacionales e internacionales.

Artículo original, en Yahoo Noticias